jueves, abril 25, 2024

Peña critica la violencia en los colegios y considera que estos actos tienen un “vacío y absurda inocencia”

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Una fuerte crítica a los últimos actos de violencia que se han producido en distintos establecimientos educacionales formuló este domingo el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, explicando que tales hechos no tienen un significado claro y poseen un “vacío y absurda inocencia”.

En lo que es su habitual columna en El Mercurio, el académico señala que la última escena donde se ven estudiantes pateando en el suelo a un carabineros, ha dado origen a dos tipos de reacciones que son predecibles.

Explica que el primer caso hay quienes “no ven en ella más que una conducta transgresora, un acto que rompe las reglas y que requiere, en consecuencia, ser disciplinado mediante el viejo remedio homeopático del Estado: curar la coacción que esos alumnos ejercieron contra el carabinero, aplicándoles a ellos, ahora de vuelta, la coacción estatal. El problema consistiría en elaborar sanciones que estén a la altura de la transgresión”.

En el otro lado, explica que hay quienes “apartan la vista de la escena violenta y prefieren encontrarle un significado que la dignifique. Para quienes así piensan, esa violencia es una respuesta a otro tipo de violencia de la que esos jóvenes serían víctimas, de manera que sus actos equivaldrían a una especie de defensa desesperada. En este caso se trataría de atender a los motivos que animan su conducta”.

Peña asegura que ambas posiciones coinciden en algo, “la debilidad de la autoridad en el primer caso, la exclusión en el otro. Los viejos problemas de la sociedad: la falta de poder o la falta de justicia”.

Sin embargo, el rector de la UDP tiene otra visión y plantea que al mirar más de cerca tales actos de violencia se aprecia “su total falta de significado, su sinsentido, el vacío que lo constituye. Ese sinsentido que los overoles blancos -que representan el vacío y una absurda inocencia- subrayan”.

Precisa que todas las sociedades humanas no son ajenas a la violencia y explica que esto se aprecia desde la lección más vieja de la filosofía política respecto que se erige sobre una violencia latente, “desde la construcción de la nación a las reglas del mercado, exigen la amenaza de la coacción. En todos esos casos (y en los que se le oponen, como ocurre con la violencia revolucionaria) se trata, sin embargo, de una violencia cuyos ejecutores esgrimen algún significado para legitimarla; el acto violento aparece como una conducta con sentido”.

Pero lo más notable de lo que ha venido ocurriendo (especialmente en los liceos) es que se trata de explosiones que no reivindican para sí ningún significado, ninguna agenda o sentido o meta que los justifique. El hecho de que este tipo de actos, que amenazan con repetirse, carezcan de cualquier tipo de agenda, programa o planteamiento que busque ser promovido (más que las quejas genéricas contra las instituciones) es lo que reclama algún tipo de interpretación”, añade.

A pesar de todo, Peña sostiene que en la juventud actual no hay mayores demandas de bienestar, puesto que son “hijos del momento de mayor bienestar material que nunca vivió la sociedad chilena”.

Tampoco les falta, por decirlo así, libertad en el sentido liberal de la expresión (la juventud de hoy goza de mayor disponibilidad de su tiempo y de su cuerpo que la de cualquier otra época). Motivos para reclamar y ejercer violencia hubo muchísimos más hace tres décadas, donde estos actos, sin embargo, no se producían. Los jóvenes hoy viven mejor y tienen cada vez menos injerencia por parte de otros en sus vidas: ¿cuál es, entonces, el motivo de esa conducta explosiva, de esa violencia vacía?”, afirma.

Ante esto, el académico menciona que es probable que tal conducta sea la prueba de que la “sociedad contemporánea, con sus rutinas de consumo, su debilitamiento de los grupos primarios (desde la familia, el barrio y la iglesia) y la vacuidad de sus ideologías políticas (es cosa de mirar el parlamento y el tipo de cosas que allí se discuten), esté privando a los jóvenes de un lugar donde situarse, por decirlo así, cognitivamente. Y es que hay algo peor que la discriminación: la falta de coordenadas de significado para definirse siquiera como excluido. Una sociedad pobre pero con grupos primarios firmes (sindicatos, iglesias, partidos) puede, paradójicamente, ofrecer a los jóvenes un mejor sitio simbólico (siquiera el lugar de víctima de injusticia); pero hoy algunos jóvenes están quedando por definición fuera de escena -ni de privados ni integrados- y esas explosiones de violencia sin sentido parecen simplemente subrayarlo”.

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