jueves, marzo 28, 2024

Warnken llama a combatir el “machismo cavernario”, pero evitar debilitar lo masculino que pueda provocar una “autocastración”

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El poeta y comunicador Cristián Warnken realiza un duro análisis sobre la ola feminista en el país, llamando a combatir el “machismo cavernario”, pero sin debilitar lo masculino al punto de llevarlo a una “autocastración”.

En su columna en El Mercurio, el escritor señala que se ha popularizado la idea de instaurar protocolos y normas para asegurar una buena convivencia, luego de las diversas denuncias por abusos y maltratos que aparecen en los medios de comunicación.

No cabe duda que se hacía necesario reaccionar de manera clara contra conductas impropias, y algunas muy violentas y agraviantes, contra las mujeres, por parte de un machismo a veces cavernario o simplemente trasnochado”, explica.

En ese sentido, añade que “a lo que apunta este movimiento feminista es a un cambio cultural, un cambio que podría ser muy necesario y positivo, pero, como toda «revolución», entraña peligros que es importante ver desde un comienzo”.

Advierte que uno de esos peligros es la “protocolización excesiva de todo. No es sensato pasar de la ausencia de normas y reglamentos que protejan a los abusados, a una maraña que pretenda regular cada acción, movimiento o expresión donde pudiera sospecharse una pulsión «sexista» o machista. En algunas universidades norteamericanas se ha llegado al delirio de calcular cuántos segundos se puede sostener una mirada sobre el «otro» u «otra» para que no sea interpretado como acoso”.

Warnken menciona que la “demonización del piropo” es otro absurdo, afirmando que “no todo puede ni debe ser protocolizado: la vida es mucho más compleja, cambiante, libre, que lo que un conjunto de reglamentos puede dictar. En las universidades eso es particularmente sensible: el exceso de formalización, de metodologías, de objetivos, ha asfixiado la necesaria libertad de cátedra, que debe siempre nutrirse del entusiasmo, la creatividad y lo inesperado. La tecnificación pedagogista desanima cada vez más a buenos profesores a seguir enseñando. Agregarle ahora más protocolos a la vida universitaria puede terminar por convertirla en un espacio «higienizado» pero muerto”.

Agrega que “leo que en algunas facultades se están haciendo «talleres de deconstrucción machista». Se ayuda a los alumnos hombres a reflexionar sobre su posible calidad de «cómplices» o «gestores» de violencia sexista. Me parece bien generar espacios de reflexión en que hombres y mujeres podamos darnos cuenta de los vicios en la manera de relacionarnos y comunicarnos, arraigados atávicamente”.

Sin embargo, sostiene que “el lenguaje usado para convocar a estos «talleres» me recuerda mucho el concepto de reeducación aplicado en dictaduras totalitarias (en la China de la revolución cultural de Mao, o en Cuba) que buscaban «extirpar» cualquier atisbo contrarrevolucionario en las personas. Una cosa es combatir el machismo cavernario, otra es debilitar lo masculino, al punto de invitar casi a una autocastración, debilitamiento o humillación del sujeto masculino. El lenguaje usado viene de las teorías de la deconstrucción que algunos filósofos franceses convirtieron en «jerga» sectaria y casi en religión en los 70. Preferiría un lenguaje más invitante y positivo”.

Cuando las mujeres han ocupado un lugar central en la sociedad, la cultura y la creatividad han florecido. Pienso en los siglos XI y XII en Provenza. Los hombres estaban ocupados en la guerra, las damas se apoderaron de las cortes y organizaron tertulias, torneos de poesía. Allí surgieron los trovadores y la reinvención del Amor, que cambió completamente la manera de entender la relación hombre-mujer. Eso esperaría de esta «revolución»: menos protocolos, más poesía. Poesía: la «Diosa Blanca» -según Graves-, resistencia desde lo intuitivo matriarcal contra lo racionalista patriarcal. ¡Y tenemos a nuestras grandes Sibilas, Gabriela Mistral y Violeta Parra, para hacerlo!”, sostiene.

Finalmente, el columnista precisa que “la invitación debe ser a pensar y a repensar lo masculino y lo femenino, y eso requiere más profundidad, más pensamiento que meros eslóganes y clisés. Sería una lástima que esta «primavera» feminista terminara en inquisición y resentimiento, sin espacio para la crítica ni el humor. Porque -como dijera Nietzsche- «sospecho de toda verdad que no venga acompañada de una carcajada»”.

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