viernes, marzo 29, 2024

Carlos Peña compara a Piñera con Trump por trato a venezolanos en la frontera y lo tilda de «INCONSITENTE» en su actuar

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Este domingo, el abogado y rector de la UDP, Carlos Peña, analiza en su sermón dominical (publicado en el añoso Mercurio), la crisis humanitaria que están provocando los venezolanos desplazados en la frontera norte del país, donde se están apiñando y exigiendo que Chile los deje entrar, amparados en las estridentes promesas de ayuda a todos los que dejen el país petrolero en manos del tirano -de opereta- Nicolás Maduro, dichas por el Presidente Sebastián Piñera en Cúcuta, cuando se hizo un gran show que restauraría la democracia en Venezuela, pero todo eso quedó justamente en show y promesas. Eso es lo que está pasándole la cuenta a Piñera con estos ciudadanos caribeños que claman por entrar a esta suerte de «tierra prometida».

En el análisis de Carlos Peña, se deja de manifiesto que el Mandatario chileno está actuando con un doble discurso en este tema: «Piñera se está comportando como el portero de Kafka. Dijo a los venezolanos que tenían una puerta solo para ellos. Y ahora va y la cierra».

El 23 de febrero en la frontera Colombia-Venezuela, el Presidente Piñera acompañado del ex canciller y activista de la oposición venezolana, Roberto Ampuero, prometía apoyo a los venezolanos. Hoy eso le pasa la cuenta.

A continuación el texto completo del análisis que tituló «El portero de Kafka»:

La situación de los cientos de venezolanos en Chacalluta y Colchane —esperan anhelantes se les deje ingresar a Chile— plantea problemas de variada índole.n

El más obvio es la flagrante inconsistencia entre la conducta del Presidente en su visita a Cúcuta (envuelto en fugaces sueños de protagonismo continental) y la que ahora mantiene frente a los venezolanos que anhelan entrar a Chile (impidiéndoles el paso con rigor reglamentario). ¿Cómo compatibilizar la generosidad entonces ofrecida con la mezquindad de ahora? La visita a Cúcuta para entregar —en medio de aspavientos y gestos de cuidado heroísmo— ayuda humanitaria no se condice con la que se mantiene hora, más cercana a la de Trump que a la del Piñera envuelto en sueños de libertador.

Pero —se dirá— el Presidente está obligado a hacer respetar el ordenamiento jurídico interno a la hora de la migración. Nada se sacaría —podría agregarse— con admitir migrantes indocumentados, carentes de identidad y condenados entonces a la informalidad. Es verdad; pero nada de eso impide que se les acoja como refugiados y, mientras se encuentren en esa condición, se verifique su situación documentaria y se decida si se les concede o no la permanencia. Las reglas internacionales —que forman parte del derecho vigente en Chile— consagran el principio de no devolución. En virtud de él ni se puede devolver a un migrante que aspira al refugio, ni prohibirle sin más el ingreso; pero parece evidente que esas reglas se están infringiendo en el caso de Chacalluta y Colchane.

No hay, pues, en este caso una simple oposición entre un humanitarismo ingenuo (el que se ha reprochado al servicio jesuita de migrantes, por ejemplo) y una rigurosa razón burocrática, obligada a apegarse celosamente a las reglas (como la que declara ejercer la subsecretaría respectiva), sino una inconsistencia en la conducta sostenida por el propio gobierno. Los juristas suelen esgrimir algo que llaman “doctrina de los actos propios” para impedir que alguien contradiga el sentido objetivo de su conducta pasada a cuyo amparo los terceros se hicieron expectativas razonables. Pues bien, esa misma doctrina habría que recordarla al Gobierno: no es correcto comportarse de una cierta forma y, más tarde, traicionar las expectativas que ese comportamiento generó.

Por supuesto sería absurdo pretender que basta que alguien llegue a la frontera para que deba concedérsele el ingreso. Algo así sería también erróneo. Los países tienen derecho a tener reglas propias y dentro de ciertos límites a decidir si admiten o no a alguien en su comunidad (como se ha señalado muchas veces, incluso los derechos humanos se formularon a partir de la singularidad de una nación). Pero nada de eso impide respetar con escrúpulo las reglas del refugio y ser fiel a las expectativas que en algún momento se hicieron brotar en los que hoy día vienen a tocar la puerta. Traicionar esas expectativas que con tanto entusiasmo se alimentaron —en mangas de camisa, pujando para aparecer ante las cámaras en momentos que se esperaban gloriosos— equivale a infringir un principio básico que subyace a los derechos humanos.

El caso de Chacalluta y Colchane muestra hasta qué punto las palabras y los gestos en política —sobre todo cuando se pronuncian y ejecutan con aspaviento— nunca son inocentes y quien las dice o hace nunca puede retroceder diciendo que se trataba solamente de palabras. Se ha dicho hasta el hartazgo (antes y después de la gesta frustrada de Cúcuta) que Venezuela vive una crisis humanitaria; una circunstancia que acerca a los habitantes de ese país a los límites mismos de la vida social; que los venezolanos están en manos de alguien, Maduro, que parece una mezcla de sátrapa y de inepto; que la vida en Venezuela es una tragedia; que las cosas mínimas necesarias para sustentar la vida están ausentes, etcétera, etcétera, y es probable que todo eso sea verdadero; pero entonces ¿cómo pretender ahora que esos cientos de venezolanos que tocan la puerta no necesitan refugio ni tampoco merecen que su situación sea revisada bajo condiciones mínimas de dignidad?

No hay caso.

La inconsistencia entre la conducta de antes y de ahora es patente.

Kafka incluyó en “El proceso” un relato que lleva por título A las puertas de la ley. Un hombre del campo, relata Kafka, pide entrar en la ley, pero el portero le impide la entrada. El hombre pregunta si es posible entrar. Es posible, responde el portero, pero ahora no. El hombre del campo espera, entonces, durante años sentado al lado de la puerta, hasta que, agónico y viejo, dice al portero: “todos se esfuerzan por llegar a la ley, ¿cómo es que en todos estos años nadie excepto yo ha pedido que le dejen entrar? Nadie más podía tener acceso por aquí —responde el portero—, pues esta entrada estaba destinada solo para ti. Ahora me voy y la cierro”.

Piñera se está comportando como el portero de Kafka. Dijo a los venezolanos que tenían una puerta solo para ellos.

Y ahora va y la cierra, remata Peña.

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