martes, abril 16, 2024

El duro y real análisis de Carlos Peña: Vale más el robo de una cartera en Las Condes que 5 asesinados en Puente Alto

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Este domingo, el abogado Carlos Peña coloca el dedo en la llaga por cómo políticos y prensa dieron gran cobertura -matinales incluidos- al robo (lanzazo) en un semáforo rojo en Las Condes y lo compara con la pobre cobertura al asesinato a sangre fría de cinco personas en una precaria sala de tragamonedas en Puente Alto, que ha generado el justo reclamo del alcalde de la comuna más grande de Chile. Esta diferencia del tratamiento informativo político para Peña es «El clasismo, sin duda».

A continuación el análisis completo de Peña, que tituló «La rueda del clasismo», que por cierto lo publica en el iario que supuestamente leen los grupos interés, es decir en la zona oriente de Santiago:

«Los hechos son tan evidentes como distintos en su gravedad. En un caso, y mientras está detenida en un taco, le arrebatan a una automovilista su cartera; en el otro, un sujeto irrumpe en un negocio de tragamonedas y masacra a cinco personas. De ambas situaciones hay registro en video.

No pueden ser más distintas.

Cualquier evaluación de su gravedad y del fenómeno del que son signo lleva a la conclusión que la matanza de cinco personas, a balazos, en un lugar residencial, es infinitamente más grave.

¿Qué podría explicar, sin embargo, que la prensa (incluido este medio, por supuesto) diera más importancia al robo de la cartera, y casi ninguna a esa masacre? ¿Por qué los sesudos análisis y el escándalo (¡adónde vamos a llegar se oía!) que desata el robo de la cartera no encuentran un equivalente al hablar de esa masacre?¿Por qué el Gobierno instala policías de punto fijo en un sitio y parece indiferente al otro? ¿Qué factor explica esa diferencia que la racionalidad rechaza?

El clasismo, sin duda.

Sí, es verdad, hablar de clasismo en Chile equivale a descubrir la rueda. Pero ese es exactamente el problema: que el clasismo se ha incorporado a tal punto en la cultura cotidiana, que parece tan natural, obvio e innecesario de reflexión como una rueda.

Y por eso se eterniza.

El clasismo no se corresponde exactamente con la estratificación en clases sociales. La estratificación es la diferencia aceptada de riqueza y posesiones en una sociedad que puede o no estar ligada al clasismo. El clasismo, en cambio, es un prejuicio (es decir, una disposición cognitiva) consistente en creer que la pertenencia a una clase es el resultado de cualidades morales o propiedades intrínsecas de los miembros que la integran. Para el clasismo, la clase sería el resultado de la agencia y no de la estructura, el fruto de la hechura moral de sus miembros, la conclusión de una vida que no se supo llevar, carente de esfuerzo y de orientación al logro y no, en cambio, un resultado de la distribución de oportunidades y de los recursos. El clasismo, entonces, transforma una posición en la estructura social, en una propiedad moral. El clasismo transforma las ventajas sociales, que son siempre históricas, en naturales, en ahistóricas.

O, si se prefiere, el clasismo transforma las propias ventajas de los más afortunados (la mayor parte de las veces heredadas por esas formas invisibles que adquiere el capital simbólico) en características personales: el mayor ingreso en mayor capacidad emprendedora, el habitus en simpatía, las ventajas en inteligencia natural, etcétera.

Esa es la mentira noble que se oculta en la estructura social.

El principal efecto del clasismo es que suprime la culpa. Si la situación de los otros —en este caso los habitantes de la población Carol Urzúa— es el fruto de una condición natural suya, una propiedad intrínseca que se confunde casi con su naturaleza, y si la masacre no sorprende ni escandaliza porque, después de todo, era un resultado natural, casi un destino, entonces quienes están en los escaños más altos de la estructura social, envueltos en un bienestar relativo, carecen de toda responsabilidad y pueden cerrar los ojos al hecho evidente que su bienestar es, en alguna medida, resultado de la desventaja de los otros: que toda estratificación, especialmente si es tan severa como la chilena, es en algún punto una situación de suma cero.

Y eso es lo que explica que la masacre de la población Carol Urzúa (no deja de ser irónico que la población donde ocurre la masacre lleve el nombre de un asesinado que participó de una dictadura que por su parte también asesinó) no provoque sorpresa, ni indignación moral, ni alarma en los matinales, ni interés en la prensa. Y es que el prejuicio del clasismo lleva a la conclusión inconsciente que ese tipo de cosas debía ocurrir allí y el robo por sorpresa de la cartera, en cambio, no debía por ningún motivo ocurrir acá. Este fenómeno, en virtud del cual el escándalo social y moral de los medios es función de la posición en la estructura social de los involucrados, es la expresión más obvia e indignante del clasismo.

Por supuesto, el clasismo es una condición ideológica y cultural cuyo reverso es el paternalismo (al igual que el clasismo es una derivación de la creencia que las posiciones sociales revelan cualidades morales que el paternalismo quiere promover) y no cabe duda de que se trata de una circunstancia que está depositada en múltiples prácticas sociales (comenzando por el habla) que se expanden irreflexivamente.

Pero justo ahí está el punto.

Los medios de comunicación (los periodistas, los editores) no pueden simplemente reproducir los prejuicios irreflexivos que circulan en la sociedad; por el contrario, deben estar alertas para no dejarse llevar por ellos, en vez de, como hasta ahora ocurre, fortalecerlos consolándose con el espejismo (o el premio remuneratorio) de la lectoría o de la audiencia que —¡vaya novedad!— aplaude cuando ve reflejados sus prejuicios en la pantalla o en la página impresa», sentencia Peña.

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