viernes, abril 19, 2024

Carlos Peña analiza «La Marcha Más Grande de Chile» y advierte: «Los partidos ya no conducen, son impotentes»

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Este domingo, el abogado y rector de la UDP, Carlos Peña, analiza el significado y significante de «La Marcha Mas Grande de Chile» -análisis que ojalá lean los político que son los grandes ausentes de estas movilziaciones, porque no los aceptarían- en el que plantea: en esta manifestación monumental no hubo ni programa, ni orgánica, ni ideología. En cambio hubo este viernes en la Plaza Italia una mezcla de sensibilidades culturales, ilusiones y temores que no están relacionados ni con la posición social ni con las preferencias políticas. Como quien dice, allí se pusieron en escena las contradicciones culturales del capitalismo.

Peña tituló su análisis «El nuevo arcoíris»:

La marcha del viernes fue inédita y sorprendente. De eso no cabe duda. Fue la marcha más masiva desde que se recuperó la democracia.

Y ello obliga a preguntar ¿cuál es su significado?

¿Fue un rechazo a la modernización? ¿El anhelo de expulsar a Piñera? ¿Un triunfo atrasado de Bachelet? ¿Una nueva aurora en la historia de Chile? ¿La prueba definitiva que el país va por mal camino? ¿La derrota de la modernización capitalista? ¿El inicio de una aurora? ¿Un momento constituyente? ¿El vacío que anuncia un nuevo inicio? ¿El nacimiento de un nuevo Chile? ¿Un apocalipsis de lo que hay? ¿Una epifanía de lo que vendrá? ¿El fracaso de la clase política? ¿El triunfo de la sociedad civil? ¿El pueblo que toma la vida en sus manos?

No, nada de eso. Para advertirlo hay que registrar con cautela —y sin entusiasmos emocionales— sus características.

Salta a la vista que la movilización del viernes careció de orgánica, de programa y de orientación ideológica. No hay en él dirigentes, ni sugerencias de políticas, ni ideas que las orienten. En vez de discursos, demandas explícitas o diagnósticos acerca de la realidad, lo que hubo este viernes fue un encuentro de sensibilidades diversas. Un verdadero arcoíris de sensibilidades.

No es difícil identificarlas.

Ante todo, se expresó allí una sensibilidad que se ha ido anidando en las nuevas generaciones, las nacidas en los noventa. Se trata de las generaciones que ya no desean solo bienestar material, sino también el cultivo de valores no materiales. Es una sensibilidad inundada por cierto nomadismo vital, por el anhelo de cursar diversas trayectorias vitales y resistir el espesor de la vida. De ahí su defensa de los derechos de los animales, el cuidado de lo natural, de las identidades electivas, etcétera. La escena ejemplar de esta sensibilidad fue originalmente la Plaza Ñuñoa y su aire festivo y carnavalesco.

Junto a ellos están los más viejos, sus padres, quienes anhelan se apague el temor a la vejez o la enfermedad, quienes desean tiempos mejores como prometió el Presidente Piñera (a quien estos grupos que habitaban las mismas comunas hoy arrasadas dieron el triunfo). Esta sensibilidad es propia de una sociedad que ha experimentado un rápido e imperfecto tránsito a la modernización. En ellos no hay nomadismo vital, sino anhelos de seguridad material para enfrentar las flechas del destino. Su escena fue La Florida, Puente Alto. No la festividad de la Plaza Ñuñoa, sino la tristeza y la fragilidad del desamparo.

Y están, claro, las sensibilidades políticas que quieren hacer suyo todo esto y transformar este momento en la aurora de un nuevo ciclo histórico. Se trata de sectores políticamente explícitos (explícitos no es lo mismo que lúcidos) intoxicados por lecturas como las de Ernesto Laclau, que ven en estos días un acontecimiento, un momento cero de la historia que permitiría reescribirla. No lideran el proceso ni lo desataron, pero su mayor capacidad discursiva lo pretende. Son pescadores entusiastas a la orilla de un río revuelto. Cruzan los dedos para que estos días no acaben.

¿Cómo explicar esa mezcla?

Lo que ocurre es que la política se ha desanclado del todo.

Tradicionalmente los cientistas políticos creían que las preferencias políticas estaban relacionadas con la posición de las personas en la estructura social. Los obreros, por ejemplo, se decía, tendían a ser de izquierda. Los burgueses profesionales, de derecha. Hoy las preferencias políticas se han separado de la estructura social. Se han desanclado. Los sectores populares no son necesariamente de izquierda (en ellos Piñera tuvo alta votación); los sectores burgueses experimentan lo que se conoce como “abajismo” (la tendencia a abandonar sus signos externos de estatus); la clase media ya no prefiere el centro, ectétera. Y junto con ello las preferencias se han hecho más líquidas, veleidosas.

Los partidos ya no conducen, son impotentes.

Por eso en esta manifestación monumental no hubo ni programa, ni orgánica, ni ideología. En cambio hubo este viernes en la Plaza Italia una mezcla de sensibilidades culturales, ilusiones y temores que no están relacionados ni con la posición social ni con las preferencias políticas. Como quien dice, allí se pusieron en escena las contradicciones culturales del capitalismo.

Y aunque la justicia y la igualdad se incrementen —por supuesto hay que hacerlo— esas contradicciones no se apagarán.

Esas contradicciones acompañarán a la sociedad chilena durante mucho tiempo, en una dialéctica —la profecía es de Raymond Aron— de progreso y desilusión, de bienestar y desencanto. Gestionar esa rara dialéctica es la verdadera tarea de la política futura.

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