jueves, marzo 28, 2024

Carlos Peña advierte que en este Estallido Social «las instituciones políticas y sus representantes NO están a la altura»

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Chile entra a su tercera semana de movailizaciones por el descontento social generalizado, mientras el Gobierno, la oposición, el Congreso y los políticos en general siguen estancados y paralizados en el manejo de la crisis, es en este escenario que el abogado y rector Carlos Peña analiza la situación y los riesgos que connlleva para la democracia se pregunta ¿Qué hacer?

¿Qué hacer frente a la protesta y el descontento?

Responder esta pregunta es de las cosas más urgentes de la hora. Y para hacerlo es imprescindible tomar distancia antes de tomar partido. Sumarse al fulgor de la hora presente no ayuda al indispensable sosiego intelectual que se necesita para salir de él.

Ante todo, se hace indispensable no sacrificar el procedimiento democrático.

El procedimiento democrático tiene un valor intrínseco que debe ser cuidado con esmero: en él se realiza una forma básica de la igualdad. Se trata de una igualdad formal es cierto (una persona, un voto) y en él existe una participación mediada (a través de representantes), pero gracias a ese procedimiento se ha logrado espantar de la vida colectiva la solución violenta de los conflictos (la democracia no es más que la competencia pacífica con miras a hacerse del poder). Y quizá el principal peligro de estos días lo constituya la tentación de salir del paso sacrificando las instituciones de la democracia representativa por alguna forma, inevitablemente improvisada, de democracia directa. Si la participación desborda a la institucionalización, si la población se politiza sin reconocer intermediario legítimo que permita moderar el conflicto, la cultura democrática, que tanto ha costado construir, estará en peligro.

Es verdad que las instituciones políticas viven hoy una crisis de legitimidad y también es cierto que los representantes no están a la altura, pero lo peor que podría ocurrir es que busquen remediar su pobre desempeño pasado ensayando una apurada improvisación en la hora presente.

Enseguida es imprescindible arribar (mediante el diálogo y el debate intelectual, que para eso existe, y tener que recordarlo es uno de los síntomas de cuán grave es la situación presente) a un diagnóstico más o menos compartido de la situación, de los factores o causas que han conducido a esta gigantesca manifestación de malestar. Para hacerlo hay que evitar el camino fácil (al que desgraciadamente tantos intelectuales se sienten hoy tentados de tomar) de confundir las demandas que hoy se efectúan, con las causas que condujeron a que ellas se manifestaran de la forma en que lo han hecho. Marx recordaba que así como no se juzga a una persona por la idea que ella tiene acerca de sí misma, tampoco se ha de juzgar a una época por la conciencia explícita que ella tiene de sí. Es verdad que Chile tiene una herida de desigualdad y es verdad que la Constitución tiene defectos de origen (¿cuál no?), pero ello no explica por sí solo lo que ha ocurrido. Si la injusticia fuera la causa del estallido de las calles, jamás habría existido una sociedad que durmiera siquiera un día tranquila. Hay que pensar cómo pudo generarse una anomia generalizada y por qué la vivencia de la desigualdad, la forma en que esta se experimenta, ha llegado a ser tan profunda.

¿Basta eso?

Por supuesto que no. Todavía es necesario que el Gobierno adopte una estrategia clara y, desde luego, que se adopten medidas para atender a los reclamos que el diagnóstico que se habrá efectuado juzgue imprescindibles.

El Gobierno cuenta, desde el punto de vista teórico, con tres alternativas posibles: fortalecer su poder (este fue el camino del estado de emergencia), tratar de cooptar a las fuerzas opositoras (haciendo ofertas de reformas) o dejar que la solución llegue por sí misma (esperando que el cansancio lo resuelva el miedo o que el hastío legitime medidas de más fuerza). De estas tres alternativas, la peor es la tercera. Dejar que los hechos decidan, que la violencia hastíe a los ciudadanos hasta que comiencen a anhelar que el orden se imponga por cualquier medio (como hicieron De Gaulle y Pompidou el 68) solo aumentará las posibilidades de la derecha de más a la derecha, la derecha de José Antonio Kast.

¿Y cuáles serán las medidas imprescindibles?

La respuesta a esa pregunta obliga a volver nuevamente sobre el procedimiento democrático. Todas las sociedades tienen delante suyo un dilema que resolver: la decisión de obtener algún bien sacrificando otro. La deliberación democrática tiene, justamente, ese sentido. El de ayudar a construir una escala de preferencias para adoptar decisiones colectivas. Y el peligro de estos días es que esa imprescindible deliberación se confunda con la manifestación o la suma de demandas que con toda razón se vivencian como justas, pero que no se pueden satisfacer sin antes discernir qué bienes habrá que sacrificar para satisfacerlas. La política no solo consiste en elegir lo que se quiere, también es decidir lo que se sacrificará para tenerlo.

Mantener el respeto por el procedimiento democrático; diagnosticar el malestar sin confundir las demandas que en él se efectúan con las causas que lo desatan; evitar la tentación de que la solución llegará por sí misma, y, echando a mano al procedimiento democrático que se habrá cuidado con esmero, decidir qué preferencias habrán de guiar los problemas de decisión colectiva.

Esas pueden ser algunas de las máximas de la hora presente.

Nada de eso apagará, desde luego, el malestar, pero es la única forma a la altura de la democracia para comenzar a hacerlo sin echar por la borda siquiera un ápice de ella» sostiene el abogado Peña.

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