Carlos Peña descifra la señales de la centroizquierda y ve como el recuerdo del Bacheletismo podría dar paso a la «tapada»

"Desde luego, podrían configurar un relato que encendería los ánimos y al menos ahorraría los bostezos con que amenaza Heraldo Muñoz; la fatal imitación de Aguirre Cerda que comienza a ejecutar Carlos Maldonado; la incomprensible porfía, envuelta en irrealidad, que exhibe Tarud, o la locuacidad, entrenada en meses de matinal, de F. Vidal".

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Este domingo Carlos Peña escudriña en la centroizquierda y las señales y manotazos ahogado que dan sus dirigentes que no logran un candidato o candidata de peso para enfrentar las complejas elecciones presidenciales de este año, complejas por mútliples factores pero el principal porque no hay ningún liderazgo potente, en este marasmo surgió la «precandidata bendecida» Paula Narvaez que en definitiva podría ser la avanzada para que regrese triunfal Michelle Bachelet, regreso que sólo podría estar en la imaginación de los dirigentes (de algunos)que ven con desesperación que no hay ningún personaje capaz de enfrenta a la derecha o a Jadue. Pero no será fácil porque la propia exmandataria dijo en mayo del año pasado -en un coversatorio por facebook live- ante la consulta de sí sería candidata a la Presidencia de Chile contesto: «Sobre mi cadáver. Y la razón es política”.

Pero Carlos Peña sostiene que su idea en el «Bacheletismo» podría ser el paso previo a buscar en ella la tabla de salvación para la centroizquierda ante unos candidatos «fomeques»: «Desde luego, podrían configurar un relato que encendería los ánimos y al menos ahorraría los bostezos con que amenaza Heraldo Muñoz; la fatal imitación de Aguirre Cerda que comienza a ejecutar Carlos Maldonado; la incomprensible porfía, envuelta en irrealidad, que exhibe Tarud, o la locuacidad, entrenada en meses de matinal, de F. Vidal».

A continuación el texto completo de Peña que tituló: ¿El retorno de Bachelet?

«Cuando la realidad presente agobia a los seres humanos, o el fracaso los deja sin conducta, un mecanismo de defensa casi automático consiste en recurrir a ese depositario de recuerdos y de gestos que Freud denomina “la novela familiar del neurótico”. Una ilusión retrospectiva borra entonces los malos momentos y colorea con brillos los mejores.

Es lo que le puede ocurrir a la centroizquierda.

Carente hasta ahora de un candidato que despierte entusiasmos o tenga ideas (el ideal es que tenga ideas y despierte entusiasmos, pero lograr ambas cosas es hoy día muy difícil), la izquierda está expuesta a la tentación de echar mano a los recuerdos.

Y el principal de ellos (se vio esta semana con la aparición de la expresidenta) es el bacheletismo.

Habitualmente, los ismos en política designan un puñado de ideas y principios asociados al nombre de quien los formuló y acabó impulsándolos. Así, el allendismo designó la idea que era posible transitar al socialismo sin pasar por la dictadura del proletariado; el pinochetismo, la convicción de que la dictadura era superior a la democracia si, a pesar de las violaciones a los derechos humanos, se mostraba más eficaz, y el bacheletismo, ¿qué significa el bacheletismo? Si hubiera que espigar las ideas que lo configuran, o si se prefiere, que lo configuraron, ¿cuáles serían?

Un vistazo a su quehacer y a sus discursos enseña que el bacheletismo se caracteriza por tres rasgos.

El primero es la idea que la izquierda durante la transición se tomó demasiado en serio eso de que en política hay que hacer de la necesidad una virtud. Al continuar parte del proyecto modernizador de la dictadura (esa fue la necesidad) se habría dejado seducir por una cultura tecnocrática y monetarista que la hizo olvidar los viejos ideales que configuraban su identidad (hizo pues de esa cultura una virtud). Esta idea brotó muy intensa a fines del primer gobierno de Bachelet y ya entonces se esgrimió como una explicación —retroactiva, como todas las explicaciones— del hecho amargo de haber entregado el poder a la derecha.

El segundo es su asociación con el feminismo en todas sus versiones. La idea que junto a la dominación de clase (que cualquier socialista detecta) existe otra forma de dominación que se erige en torno a la división sexual del trabajo, se cuela por todos los intersticios y acaba subordinando, de múltiples formas, a las mujeres.

Y el tercero es un diagnóstico acerca de la modernización de las últimas décadas que ve en ella un fuerte déficit de cohesión y de comunidad. En esto no solo hay un discutible diagnóstico sociológico (consistente en creer que los individuos necesitan tejer su identidad con vínculos sustantivos), sino sobre todo una cuestión, por decirlo así, valórica. Bachelet cree firmemente en la sociedad como una fuente de sentido para la vida individual. Así como hay quienes piensan en la Iglesia como indispensable para orientar la propia vida, ella piensa en la sociedad como un ente que moraliza y dulcifica la existencia. Hay una cierta religiosidad laica en esa convicción suya que se aviene perfectamente con su carisma que, como lo ha demostrado muchas veces, parece casi litúrgico.

Lo que cabe preguntarse es si esos rasgos que configuran al bacheletismo son suficientes para los desafíos del Chile contemporáneo.

Desde luego, podrían configurar un relato que encendería los ánimos y al menos ahorraría los bostezos con que amenaza Heraldo Muñoz; la fatal imitación de Aguirre Cerda que comienza a ejecutar Carlos Maldonado; la incomprensible porfía, envuelta en irrealidad, que exhibe Tarud, o la locuacidad, entrenada en meses de matinal, de F. Vidal.

Pero esos mismos rasgos no son suficientes para orientar al Chile contemporáneo.

Salvo el feminismo que hoy se expande por todos los intersticios de la cultura pública, los restantes no se acompasan con la realidad del Chile contemporáneo.

El rechazo de la cultura tecnocrática (ejemplificada en el recuerdo reprimido del papel de A. Velasco) funciona bien en momentos de prosperidad, pero parece un suicidio cuando la crisis arrecia; y los anhelos de comunidad y de vínculos tienen un aire de familia con el malestar que causa la individuación, pero no son el remedio para resolverlo. Es muy difícil pensar que un discurso de mayores lazos y cohesión moral (es cosa de mirar a los más jóvenes o las opiniones que se vierten cuando se insinúa solidaridad en las cotizaciones) interprete la forma en que las mayorías, apenas ayer proletarias, comprenden su propia trayectoria vital.

Y es que todos los ismos —el allendismo es el mejor ejemplo— casi siempre son el nombre de un recuerdo que el tiempo dulcifica, una reserva emocional para los días malos, más que la denominación de un proyecto capaz de orientar los que vienen.

Y el bacheletismo no escapará a ese destino«, remata Peña.

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