jueves, marzo 28, 2024

Carlos Peña y el «zapatillazo» en La Florida: «Cuando las grandes mayorías prueban el fruto prohibido no hay manera de modificar su conducta»

"Y cuando los grupos medios logren alcanzar lo que ya poseen los más ricos, estos últimos se moverán prontamente hacia bienes más raros o más caros, evitando así se les confunda con los primeros", advierte Peña.

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El jueves 21 de enero el principal mall de aspiracionismo y consumismo compulsivo del país– Plaza Vespucio- se vio envuelto en una singular polémica, en plena pandemia cientos de jóvenes esperaban apiñados poder comprar las zapatillas Nike Air Jordan 4 WMNS “Starfich” -bastante feas y nada de elegantes-, pero era su lanzamiento oficial,lo que provocó toda clase de comentarios y reacciones oficiales amenazaron con las penas del infierno.

Pero este domingo Carlos Peña, analiza el trasfondo de este fenómeno social y que se resume en: «Cuando los grupos medios logren alcanzar lo que ya poseen los más ricos, estos últimos se moverán prontamente hacia bienes más raros o más caros, evitando así se les confunda con los primeros».

A continuación el texto completo del análisis e Peña que tituló: La revolución de las zapatillas

«Esta semana, cientos de jóvenes acamparon a las puertas de un mall en La Florida. Sorprendentemente, no lo hicieron para protestar por la sociedad de consumo o para mostrar por enésima vez que Chile había despertado.

No. Ellos querían comprar.

Consumidos por la ansiedad, algunos incluso decidieron ocultarse y dormir en los baños del mall, para evitar así que otros jóvenes compraran antes que ellos las preciadas zapatillas, agotaran el stock y les ganaran la experiencia de tenerlas, por fin, al alcance de la mano.

¿Cómo compatibilizar el Chile que habría despertado del sueño consumista y desigual, el del 18 de octubre, con la escena de esos jóvenes esforzándose por tener ese preciso modelo de zapatillas? ¿Cómo conciliar esa vigilia en un mall —algo que hasta ahora parecía reservado a la peregrinación a Lo Vásquez— con la anunciada rebelión frente al mercado?

Analizar esos fenómenos —el de Plaza Vespucio no es el primero— es clave para comprender el Chile contemporáneo, algo que los candidatos presidenciales y los futuros convencionales deberían tratar de hacer. La política es el esfuerzo por modificar la realidad; pero para hacerlo, primero hay que apartar la vista del manual de la ideología, observar en derredor y tratar de comprender.

Frente a este fenómeno hay dos reacciones típicas, cuyas raíces son muy antiguas.

La derecha y los sectores sociales más tradicionales, habituados por generaciones al consumo conspicuo, ven en esa compulsión nada más que un acto vulgar, superficial, algo ordinario y carente de profundidad, un inútil esfuerzo imitativo de esos jóvenes por proveerse de lo que, equivocadamente, verían como un signo de estatus. La cultura de izquierda, por su parte, piensa que la conducta de esos jóvenes es una prueba de la alienación que experimentarían, de la enajenación que la cultura del consumismo habría inoculado en ellos hasta hacerlos olvidar sus verdaderas necesidades. Al ver a esos jóvenes, los sectores más tradicionales refuerzan su propio sentido de la distinción y el buen gusto; los de la cultura tradicional de izquierda, por su parte, confirman cuán alienante sería el capitalismo.

Ambos malentienden el problema.

De todas las experiencias modernas, el consumo que el mercado permite expandir es una de las más significativas. Al consumir o preferir esto o aquello, las personas se diseñan y se eligen a sí mismas o eligen o diseñan cómo esperan que sean sus cercanos. Hay, pues, en el consumo un profundo significado antropológico: en este caso, una dimensión emancipadora, una forma de experimentar la propia voluntad. Para esos millones de personas —la mitad de las cuales a inicios de los noventa eran pobres y hoy son grupos medios—, el consumo es una experiencia de autoafirmación, de reconocimiento, algo que confirma su presencia en la vida social y revalida su propia trayectoria.

Por supuesto, los grupos sociales que han tenido acceso al consumo por generaciones, miran todo esto con desdeñosa ironía; pero su comportamiento tampoco es muy distinto al de esos jóvenes. Ellos también consumen en un esfuerzo sin fin por distinguirse. Solo que procuran que lo que compran no les exija una vigilia tan esforzada. Si los jóvenes de los grupos medios acceden hoy, después de largas horas, a las zapatillas Jordan (una espera que es una metáfora de cuánto han esperado las mayorías para acceder al consumo), quienes ven en ese acto vulgaridad o alienación, también transpiran por acceder a algún bien: esa bicicleta que les permitirá salvar el planeta y evitar la herejía del automóvil; ese iPhone gracias al cual el mundo podrá beneficiarse de sus pensamientos; esos ingredientes con que huirán de los alimentos procesados o poco naturales; esa ropa que les proveerá una sencillez cuidadosamente diseñada. Unos y otros —los jóvenes de las zapatillas Jordan y los que ahora los mirarán con desdén y con sorna— buscan mediante el consumo diversas formas de diferenciarse. Y cuando los grupos medios logren alcanzar lo que ya poseen los más ricos, estos últimos se moverán prontamente hacia bienes más raros o más caros, evitando así se les confunda con los primeros. Ya Georg Simmel y Gabriel Tarde observaron, a inicios del siglo XX, que el consumo y la moda eran las conductas típicas de lo moderno, expresión del deseo de diferenciarse y a la vez, paradójicamente, de imitar.

¿Cambió todo eso junto al Chile que —según se informa reiteradamente— cambió?

Por supuesto que no. Cuando las grandes mayorías prueban el fruto prohibido (y negar el acceso a los bienes a las mayorías fue el fruto prohibido del siglo pasado) no hay manera de modificar su conducta.

Y la tarea de la política es, entonces, reconocer la dimensión emancipadora de ese fenómeno en vez de simplemente arriscar la nariz frente a él.

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